Diariamente
los maestros enfrentamos múltiples retos al tratar de enseñarle a nuestros estudiantes
diferentes y mejores maneras de comportarse en el salón de clases. Algunos
maestros tienen poca o ninguna dificultad al disciplinar sus estudiantes, otros
obtienen resultados inconsistentes, o sea, conducta positiva algunas veces,
pero no todas las veces o conducta positiva de algunos estudiantes, pero no de
todos los estudiantes. Para un tercer e
importante grupo de maestros, lograr mantener la clase involucrada en las
lecciones, enfocada y bien motivada resulta difícil de lograr. Si sentimos que
nos encontramos en uno de los dos grupos posteriores y nos queremos mover hacia
el primer grupo —permaneciendo en ese primer grupo— una buena manera de
comenzar sería reflexionando acerca
de lo que disciplina en el salón de
clases significa para nosotros, porque, es a través de esta definición personal
que tanto nuestro sistema (el conjunto
de reglas y principios) como nuestro estilo (el modo o la manera que usamos)
al disciplinar se nutren y posteriormente se desarrollan. En mi caso, por ejemplo,
y por una buena cantidad de años, llegué a creer que disciplinar a mis
estudiantes equivalía o era igual a reaccionar
a sus conductas negativas o invasivas. Si yo no respondía a ese tipo de conducta, sentía que no estaba haciendo
bien mi trabajo. Por eso, para mí era crucial actuar de inmediato, regañando a esos dos estudiantes que estaban
teniendo una conversación privada en la parte trasera del salón. Tampoco dejaba
pasar por alto a ese estudiante que no podía mantener el orden y constantemente
empujaba a sus compañeros en la fila.
Tengo que
confesar que me tomó años de equivocarme y de sentirme frustrada hasta que logré
entender que disciplina no era igual a reaccionar a las conductas negativas de
mis estudiantes; disciplina redefinida se refiere a aquellas cosas que yo como maestra puedo
hacer para abrir las mentes de mis estudiantes a la posibilidad de nuevas y de
mejores conductas. Un maestro que continúa definiendo su disciplina en el salón
como reaccionar a lo negativo está poniendo a los estudiantes a cargo de la
clase; los estudiantes disruptivos en ese salón deciden la dinámica de la clase
y están a la ofensiva. El maestro, sintiéndose inseguro y frustrado, se encuentra
a la defensiva. Dudando de sus cualificaciones, un maestro a la defensiva se
cuestiona, “¿Tengo lo que se necesita para poder hacer este trabajo?” Muchas
veces, tristemente, ese maestro abandona nuestra profesión.
Sin embargo,
cuando nos regalamos el derecho a imaginar
en grande (sin miedos ni limitaciones) y empezamos a concebir nuestra disciplina en el salón como todo aquello que
podemos hacer para influenciar de manera constructiva y
positiva la forma de pensar, de sentir y de actuar de nuestros estudiantes, por
primera vez en nuestra vida profesional hacemos una poderosa transición de un
rol pasivo, reactivo y pesimista a un rol activo,
proactivo (preventivo) y optimista donde enfocamos en hacer todo
aquello que esté a nuestro alcance para motivar
a nuestros estudiantes, dirigiéndolos —más bien, impulsándolos— por el camino del cambio. En otras palabras, nuestra
disciplina en el salón evoluciona de
meramente demandar obediencia a las reglas del salón hacia un sistema
orientativo y preparativo que es capaz de guiar a nuestros estudiantes durante
el importante proceso de su crecimiento personal. Traduciendo las palabras de Nitsche
(1), “(los maestros) hacemos el cambio de la esfera de la dominación y el poder
a la esfera de la influencia,” un paso imprescindible para desarrollarnos como
manejadores de conducta efectivos.
Referencia
Nitsche, P. (2006). Talk less. Teach more! Nonverbal classroom management. Group strategies
that work. Butler, PA: Pearls of Learning Press.
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